jueves, 27 de junio de 2024

ACERCA DEL ORIGEN DEL ESCUDO MUNICIPAL DE SAN ISIDRO

Por Marcela Fugardo


Durante la administración del Juez de Paz Luis Emilio Vernet, en 1862, la Municipalidad de San Isidro adoptó como señal de identidad visual un “sello” (ya que, por no seguir las reglas de la ciencia heráldica, no debería llamarse un escudo), de corta vigencia, que representaba su carácter de tierras de labranza, compuesto por un óvalo angulado apaisado, de contorno doble perlado, donde se dibujaron herramientas de labranza: una gavilla, un rastrillo, una guadaña y, en la parte superior, un sol radiante.



Para 1877, la Municipalidad había adoptado otro sello identitario, también oval apaisado, en cuya bordura llevaba la leyenda “Municipalidad de San Ysidro”, y en su parte central exhibía una rama de olivo.


La falta de un blasón en el sentido propiamente heráldico dio lugar a la utilización, en la papelería oficial, entre los años 1894 y 1896, de una impronta semejante al primitvo escudo nacional que también usó la Provincia de Buenos Aires (adviértase que las ramas corresponden al roble y al laurel) con la leyenda “Intendencia Municipal” en su contorno.


En 1906, al cumplirse el segundo Centenario de la fundación de la Capilla y Capellanía dedicadas a San Isidro Labrador, a pedido del cura párroco que era el P. Juan P. Viacava, el vecino Adrián Beccar Varela concretó su obra San Isidro-Reseña histórica, texto de referencia hasta hoy. El día de los festejos oficiales, Beccar Varela pronunció un discurso en homenaje al capitán Domingo de Acassuso y al pueblo de San Isidro, con fuerte énfasis en el valor de la tradición y de la historia como modelo de los pueblos. Además, para esta ocasión, Adrián Beccar Varela bosquejó una medalla alusiva, cuya iconografía recoge la leyenda fundacional (ya que, según señaló el P. Francisco Actis, no puede tenerse por “tradición” sino por relato legendario compuesto por Mariano Pelliza) que retrata un árbol (el célebre espinillo), un sol naciente a lo lejos, una capilla y un caserío como germen del pueblo capellánico.



Escudo y sello oficiales

Durante la intendencia del vecino Andrés Rolón, el Honorable Concejo Deliberante en la sesión del 29 de diciembre de 1915 (folios 79 y 80), a través de su presidente Jorge Gowland, y ante los concejales Carlos Hoevel, Horacio Montes de Oca, Fermín Ataún y Perfecto Iglesias manifestó que:

 

Acto continuo el señor Presidente presentó á la consideración del H. Concejo el siguiente proyecto: H. Concejo: Siendo necesario establecer definitivamente el sello ó escudo municipal de San Isidro, á fin de que tenga un carácter propio, que represente la tradición que sirve de base á la  historia de su fundación, no solo para que él sea usado en los actos oficiales de la Municipalidad, sinó también para distribuir entre las autoridades superiores la medalla que debe servirles de distintivo, he creido conveniente presentar á vuestra consideración los siguientes proyectos, últimos de mi actuación municipal:

 

Ordenanza

Artículo 1.º: Declárase escudo oficial de la Municipalidad de San Isidro, el que será formado por un dibujo igual al que se estampó en la medalla que se distribuyó para el segundo centenario de la fundación de San Isidro, representando la tradición del capitán Domingo de Acassuso, que representa un árbol, un sol naciente, a lo lejos una capilla y un pueblo.

Artículo 2.º El sello oficial de la municipalidad estará formado por su escudo, contorneado por una inscripción que diga: “MUNICIPALIDAD DE SAN ISIDRO, DEPARTAMENTO DELIBERATIVO O DEPARTAMENTO EJECUTIVO en cada caso.

Artículo 3.º Comuníquese, etc.

 

Adviértase que, por primera vez, la Municipalidad distingue entre su “escudo” y su “sello” (éste último incluía el blasón).

 

Al día siguiente, 30 de diciembre de 1915, la Ordenanza quedó sancionada y, el 6 de enero de 1916, Avelino Rolón emitió un Decreto encomendando al Dr. Adrián Beccar Varela “la composición de dicho escudo conforme con la Ordenanza de referencia.

 

En una nota publicada el 13 de mayo de 1916 en La Razón, el propio Adrián Beccar Varela decía: “Fuimos encargados, por decreto de la Intendencia, para reunir los antecedente históricos para el escudo, y proyectarlo. Encomendamos a nuestra vez la tarea de la preparación heráldica del escudo al inteligente y patriota presbítero Carlos Ruiz Santana”.

 

Vale decir que participaron dos ingenios en esta empresa visual: un historiador para reunir los antecedentes y un heraldista para diseñar el blasón. Debe anotarse que el P. Ruiz Santana, aunque no se ciñiera de modo ortodxo a las reglas de la heráldica, se dedicó a diseñar numerosos escudos eclesiásticos para obispos argentinos y otros blasones.

 

En otra nota publicada en el mismo medio, pero más tarde, el 14 de mayo de 1923, Beccar Varela señalaba que aquella Ordenanza “no se cumplió porque el Intendente Rolón terminó su período y los que los sucedieron no se interesaron por ella”.

 

La labor de Ruiz Santana y variantes posteriores


Sin embargo, el presbítero Carlos Ruiz Santana (1878 – 1956) como dijimos antes, heraldista eclesiástico casi oficial cumplió con la realización del blasón sanisidrense, basado en aquella iconografía de referencias fundacionales legendarias pero muy arraigadas en el afecto vecinal. Cabe mencionar que el P. Ruiz Santana había transcurrido el año 1906 como teniente cura de la parroquia de San Isidro, participando en los festejos del segundo Centenario.


Debe anotarse, además, que existe una versión policromada del escudo, cuya lámina original se conserva en el Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal de San Isidro y que ofrece algunas variantes respecto del dibujo de Ruiz Santana. Se trata del escudo pintado por un denominado “Hermano Julián” (según la rúbrica al pie), que concede especial protagonismo al espinillo de Acassuso y enmarca la escena en la forma de una aureola del tipo mandorla (en lugar del ovoide); y que en lo demás se atiene a la iconografía ruizsantanesca (aunque el sol naciente sobre el río aparece aquí antropomorfizado).

  
Escudo del P. Ruiz Santana.


Escudo del Hno. Julián.

Como puede observarse, las versiones posteriores empleadas por la Municipalidad mezclaron elementos iconográficos de ambos diseños, manteniendo el pergamino alrededor de la elipsis (aunque, en algún momento, añadiendo una cresta trebolada), y privilegiando con mayor escala el espinillo.



Dejando a un lado la descripción estrictamente heráldica, y en el plano iconológico, en todos los casos vemos los elementos de la leyenda (el espinillo del sueño de Acassuso) sumados a las notas de origen y topografía del poblado (barranca, río, iglesia, rancho), plasmados gráficamente en la heráldica.

 

Volviendo a Ruiz Santana, puede notarse que la elipsis u ovoide (rodeada por un pergamino o cuero a modo de cartuccio o cartela decorativa) contiene la figura principal del espinillo donde, según la leyenda, don Domingo de Acassuso tuvo el sueño místico que lo impulsó a fundar la capellanía. Acompañan al arbolillo, una barranca, la primitiva capilla, un sol naciente sobre el río y una modesta construcción, de tipo rancho, que simboliza al incipiente poblado.

 

Así lo describe Santana:

Lleva en el campo del escudo Municipal, un espinillo, las barrancas de San Isidro (los Montes Grandes) y el sol naciente dorando las aguas del Paraná porque bajo un espinillo corpulento, contemplando desde las altas barrancas, el río, los campos cubiertos de verde, el cielo purísimo y el sol esplendoroso, don Domingo de Acassuso, soñó con que, si llegara a ser rico, fundaría una capilla y edificaría un templo en honor de San Isidro Labrador. Acassuso fue con el andar del tiempo, de una manera providencial, hombre de gran fortuna. Fundó la capellanía, edificó la iglesia y fue fundador de San Isidro. De ahí los emblemas adoptados en el Escudo Municipal.

 

Su iconografía, que remite a versión legendaria del origen de San Isidro y a sus improntas geográficas, es un apelativo, a ese imaginario colectivo de los sanisidrenses y una expresión de notas y valores que conservan su vigencia en nuestra comunidad: el paisaje de la barranca y el río, los árboles, la fe y el trabajo.


Valoración patrimonial

El escudo de San Isidro, más allá de su valor como emblema oficial, es para los sanisidrenses un verdadero “semióforo”, una señal de identidad que, a través de sus elementos iconográficos nos interpela en cuanto al vínculo que esta comunidad viene estableciendo desde hace varias generaciones con su pasado más remoto. Es, por ende, una parte de nuestro patrimonio identitario, en la vertiente de la heráldica.

 

Bibliografía y Archivos consultados

De Masi, Oscar Andrés: Adrián Beccar Varela. La tradición como identidad. El progreso como mandato. Maizal ediciones, 2017.

Lozier Almazán, Bernardo: “Reseña heráldica sanisidrense” en El Arcón de los Recuerdos. Crónicas sanisidrenses. Carta Abierta, 1995, p. 93.

Rousset, Ivonne: “Vocación – Patria – Estudio. Reseña de la vida y obra del Presbítero Carlos Ruiz Santana (1878 – 1956), en Revista del Instituto Histórico Municipal de San Isidro N.º XX. Municipalidad de San Isidro, 2006, p. 165.

Libro de Actas 1915. Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal de S.I. “Dr. Horacio Beccar Varela”.






PERFILES HISTÓRICOS DEL BARRIO LA CALABRIA*

Por Marcela Fugardo



En algún momento de la segunda mitad del siglo XIX, comienzan a llegar migrantes extranjeros a San Isidro y se van instalando en los alrededores del pueblo hacia el Sud Oeste, cruzando las vias del FCCA. Esta parte del pueblo, durante muchos años, se la denominó oficialmente “Villa Acassuso” y era una barriada popular, fuera del Casco histórico aunque en algún punto comprendida dentro de las llamadas “tierras del Santo”. Sin embargo la presencia de tantos italianos especialmente calabreses, sumado al hecho de haberse bautizado con el nombre de Acassuso a la estación del ferrocarril ubicada entre San Isidro y Martínez, en el año 1935, hizo que con el tiempo todo el sector ubicado entre Alsina, Rolón, Tomkinson y Centenario comenzara a conocerse popularmente como “La Calabria”.

La denominación oficial se formalizó recién el 31 de julio de 1972 (al final del documento incluyo la Ordenanza municipal), que fijó los límites desde Av. Centenario hasta la antigua Avenida la Tahona –hoy Andrés Rolón–  y desde la calle Intendente Tomkinson hasta la Avenida Bernabé Márquez.

 

Sus vecinos eran mayormente inmigrantes italianos (aunque no exclusivamente) dedicados a diversas tareas como quinteros o albañiles o empedradores u horneros de ladrillos, etc. La proveniencia italiana y en gran medida calabresa determinó el nombre popular. La construcción de la nueva parroquia en 1895 demandó mucha mano de obra de operarios especializados como eran estos italianos.

El nombre es portador de una nota de etnicidad, lo cual lo distigue sobre otros barrios del partido de San Isidro.


En marzo de 1909, se loteó toda la franja de tierra que va desde la calle Estanislao Díaz (hoy Avellaneda) hasta Jacinto Díaz, desde Santa Fe, pasando la calle Alberti. Los apellidos que figuran como los primeros compradores son: Masari, Benegas, Di Carlo, Delfino, Cogorno, del Raz, Guglielmo, Flori, Marra, Bertone, Tiscornia, Di Serio, Hormelo, Paleta, Scarchella, Zipoli, Pelliosi, Tripoli, Mariani, Batestrini, Morganti, Costa, Canton, Berri, Sciatigo, Guglianoni, Nocito, Parda, Gonzon, Balignari, Obarrio, Cercoli, Balastrini, Cajarino, Campos Conco, Paladino, Jacue, Villar, Benmenudo, Aragone, Onorato, Raimundo, Guido, Greco, Ferrari, Meneo, Palermo, Banegas, Ramullo, Franchi, Márquez y otros. Como se puede ver, la mayoría son italianos pero hay españoles y hasta algún francés.

Sus vecinos son en general familias que han vivido allí por generaciones y están muy arraigados al barrio.

Su carácter popular es una nota que lo conecta con su propia historia.

 

Otra nota identitaria es la presencia de los padres salesianos, con el Colegio Santa Isabel y la parroquia San José. Todo ello se debe a la iniciativa de un sacerdote de origen italiano, a principios del siglo XX: el Padre Castiglia que era salesiano. 



Pero al comienzo no fue tan bien recibido, porque muchos de los pobladores eran anticlericales.


La primera capilla sería luego reemplazada por el actual templo, cuya construcción comenzó en 1925, siendo sus constructores Victorino Rosello y Valentín Boris, ambos vecinos del barrio. Fue proyectada por el arquitecto y sacerdote salesiano Ernesto Vespignani.



Con el apoyo y asesoramiento de una Comisión Fundadora, el Obispo de San Isidro, Monseñor Antonio M. Aguirre, decidió elevar a San José a la dignidad de Templo Parroquial, lo que se concretó el 10 de noviembre de 1966.

En el interior del templo descansan, desde 1936, los restos del Padre Castiglia.

 

También una plaza lleva el nombre del P. Castiglia y allí existen dos monumentos muy identitarios: el monumento al sacerdote mencionado y el monumento al Inmigrante calabrés.



Otra plaza de "La Calabria" llamada Plaza Alsina tiene la particularidad de que no posee un monumento a Alsina… ¡sino a San Martín!!


Y otro sitio que se relaciona con "La Calabria" es el Cementerio Central, creado en 1854, ubicado en la manzana delimitada por las calles Diego Palma, Int. Becco, 3 de Febrero y Haedo.

 

"La Calabria" se fue poblando aceleradamente y a finales de los años 30, los salesianos deciden la construcción de un cine teatro para el entretenimiento no solo de los alumnos del colegio y sus familias sino para toda la comunidad. Así nace el cine teatro Don Bosco. Fue emplazado en la esquina de Diego Palma y Alberti con una capacidad de 1500 butacas, plateas y dos niveles de pulman y superpulman, con dos proyectores de cine para poder hacer las funciones en continuado. Un escenario adaptado para teatro con vestuarios en el subsuelo y telones para las diferentes escenografías. En los años 70 fue sede del famoso festival Buenos Aires Rock. (B. A. Rock) desfilando por sus tablas las más famosas bandas de música pop y rock.

 

Cabe mencionar, también, como marca urbana, la Escuela Secundaria N.º 3 “Libertador Gral. José de San Martín”, frente a la Plaza Castiglia, inaugurada en 1940.


Otro hito importante en la evolución urbana de "La Calabria" fue la inauguración, en 1945, del barrio para los trabajadores de Obras Sanitarias de la Nación (Barrio San Isidro, conocido popularmente como el Barrio de “Las casitas”), que marca una política pública de vivienda social que se atribuye el Estado, quien provee iglesia, escuela y plaza de recreo con uso ceremonial.


En cuanto a la arquitectura en general de “La Calabria”, al comienzo era marcadamente italianizante (casas sobre la línea municipal que reproducían en sus fachadas la preceptiva de los Tratados italianos) y aún pueden verse algunas de ellas. Luego vino la etapa del Art Déco y los chalets.

 

Hoy mucha de esa arquitectura del pasado se ha cambiado por edifcios más modernos, pero la impronta aún queda reconocible en los testimonios que permanecen en pie, sumado al arbolado y el empedrado de sus calles.


Como dato curioso: en los primeros dos minutos de la película “Canuto Cañete, conscripto del siete” (1963) puede verse una toma de la calle Garibaldi con el punto focal de la iglesia de San José.


El 29 de abril de 1922 nació en "La Calabria" Fidel de Luca, cinco veces campeón de profesionales del golf.


 

Declaración Municipal de “La Calabria”

Ref.: Expte. N.º 11644-G-1972

SAN ISIDRO – JULIO 31 DE 1972

DECRETO NUMERO OCHOCIENTOS DIECISEIS

 

VISTO Y CONSIDERANDO.

QUE en San Isidro uno de los cofres donde la historia argentina guarda los más ingentes tesoros de su tradición;

QUE como tal, es muestra clara de los distintos factores que configuran ese quehacer tan caro a los acendrados sentimientos localistas;

QUE dentro de la heterogeneidad de razas que es signo descollante de la formación de su idiosincrasia, la comunidad argentina en general y la sanisidrense en particular, guarda significativo respeto por aquellas que se integraron a la autóctona de tal manera que fueron virtualmente factores formativos de insoslayable importancia;

QUE en este orden de ideas el pueblo italiano contribuyó con evidente fuerza a esa formación y es así que San Isidro contempló el ingreso a su comunidad de un núcleo calabrés que actuó en beneficio de la prosperidad de una zona que, hasta el momento, no había recibido aportes humanos de importancia;

QUE fue, además, el primer núcleo poblacional que decidió su instalación al otro lado del Camino de Santa Fe” (hoy Avenida Centenario), hacia el Oeste; tierra entonces exclusiva de chacras y quintas hasta los límites del Partido (calle Sarratea), puesto que la explosión demográfica y edilicia de Boulogne y Villa Adelina en di5rección inversa, estaba lejos de producirse;

QUE la designación popular de “Calabria” al barrio en crecimiento era grata y proclamada orgullosamente por sus juveniles habitantes, contra la opción de “Villa Acassuso” que respondía a una coquetería sofisticada de lógico origen femenino;

QUE es de recordar el rechazo o aversión de las jóvenes de esa época a la designación costumbrista propiciada por el presente, mientras que, por el contrario, los jóvenes la defendían con ahínco y arrogancia varonil, originando tal contraposición situaciones no exentas de matices risueños campo sin duda propicio para la anécdota pueblerina;

QUE tanto es así que cuando ese Padre Castiglia solicitó permiso en el año 1903 para la instalación de aquel oratorio ya la zona contaba con un conjunto de vecinos oriundos de aquella localidad italiana, a los que en realidad dedica ese lugar de recogimiento tan grato a su modalidad;

QUE San Isidro recibió un aporte espiritual de aquella zona, en tanto sus vecinos no solo se dedicaban a las tareas de quinteros, artesanos u obreros según la vida les iba señalando ..... que a la par criaba a sus familias muchas veces merced a la ayuda del Colegio Santa Isabel y prueba evidente es el hecho de que ese grupo brinda a San Isidro la figura de un hombre que llega a regir sus destinos locales como el Intendente Pedro Becco;

QUE fueron también atraídos por la mano de obra especializada exigida por la monumental construcción de nuestra actual Catedral, comenzada a ser construida a fines de 1895; y por otras residencias veraniegas de ambiciosa arquitectura;

QUE esos primeros pobladores, desarraigados de su lugar natal por las lógicas circunstancias sociales de un país en permanente avance demográfico que siempre como es sabido, ha excedido las posibilidades geográficas de su territorio;

QUE el entonces Cuartel 2do. Que abarcaba desde la Avenida Centenario hasta la antigua Avenida la Tahona –hoy Andrés Rolón–  y desde la calle Intendente Tomkinson hasta la Avenida Bernabé Márquez, fue sede parcial de aquellos inmigrantes que dividieron una parte de esa vieja “Villa Acassuso” para llevarlo a la antonomasia de su denominación como “Calabria”;

QUE aquellos pobladores calabreses llegan a San Isidro en el último cuarto de siglo pasado, trayendo su humilde entusiasmo. Hoy acostumbrados al trabajo y al esfuerzo puestos en beneficio de la tierra generosa que recibe un afincamiento y les ofrece en libertad la posibilidad de ejercer sus ansias de superación y progreso;

QUE todo ello se traduce en pinceladas de matices tan profundos como brillantes, emergentes de sus esperanzas y de su humildad y que imprimen la imagen pictórica del viejo y del actual San Isidro, un particular color de vidas sacrificadas por el diario trajinar en aras de una labor mancomunada por y para la sociedad que los alberga;

QUE allí fue creciendo un pedazo de San Isidro que fue recibiendo los adelantos urbanísticos en la medida de la relatividad que condice con sus carencias económicas pero que, justo es destacarlo, incidió en la configuración particular de una zona de calles de piedra y árboles ya añosos en sus anchas veredas;

QUE amén de todo ello fueron tan singulares en sus características edilicias y urbanísticas que incluso la deficiencia de sus desagües originó otra denominación “vulgo-sensus” motivada por la permanencia en sus calles de aguas pluviales que según recuerdo de sus más antiguos pobladores, determinó el acrecentamiento de batracios, risueña rememoración de hechos que dan vida y color a un lugar y afianzan la emisión del recuerdo de una época pasada pero no olvidada;

QUE, válida es la remembranza para sentar el principio de reconocimiento a la importancia del lugar y el obligado homenaje que se desea rendir a sus primitivos pobladores, denominándose “Calabria”;

QUE esta nominación enraizada en el consenso popular, afianzada por el acaecer de aquella inmigración, ratificada en el lenguaje corriente de todo sanisidrense, no es como se dice, más que la convalidación de un nombre que ya está inmerso en su habla y concatenado a la esencia misma de su sentir y la oficialización de esa nominación no es más que darle vigencia real a un hecho palpable;

QUE la medida administrativa del Municipio reconoce como espíritu dominante y prevalece brindar justo y sencillo homenaje a una muestra de trabajo fecundo personificándose en el nombre aludido a esa laboriosa colectividad calabresa;

Por ello, en ejercicio de las atribuciones conferidas por Ley 7443 del Superior Gobierno Provincial;

 

EL INTENDENTE MUNICIPAL DE SAN ISIDRO

Decreta:

Artículo 1.- Denominase “Calabria” a la zona delimitada por las calles: Avenida Centenario, Alsina, Avenida Andrés Rolón e Intendente Tomkinson, San Isidro.

Artículo 2 .- Cursase nota a las Sociedades de Fomento “Unión Vecinal Andrés Rolón” y “Unión Vecinal General Pueyrredón” y demás Entidades representativas que actúan dentro de los límites del artículo 1.

Artículo 3.- Dése al Libro de Decretos y al Boletín Municipal. Comuníquese. Publíquese. Tomen conocimiento todas las Secretarías y Representaciones Municipal.

 

Federico Alberto Cruz, Secretario de Gobierno

Cont. Pedro Llorens, Intendente Municipal.


Estos contenidos los preparé a pedido del diario La Nación para la nota aparecida el 17/6/2024.


 


martes, 11 de junio de 2024

EL JARDÍN BOTÁNICO DE BUENOS AIRES, EN LA MIRADA DE CRISTÓBAL HICKEN



Su prólogo al libro de Carlos Thays (h) El Jardín Botánico de la ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Escuela Superior de Guerra, 1929.

 

NOTA PREVIA por Marcela Fugardo

¿Deberíamos los sanisidrenses reivindicarlo a Cristóbal Hicken como una figura identitaria local? La pregunta es interesante, porque, hasta donde sabemos, Hicken no llegó a vivir en el partido de San Isidro. 

Sin embargo, tuvo la intención de residir en Acassuso, al adquirir los terrenos para mudar el Instituto de Botánica Darwinion, reservándose una parcela para levantar allí su vivienda. La súbita muerte en Mar del Plata lo privó, tanto de ver finalizadas las obras del edificio[1], como de establecer su morada allí.

Sin embargo, el Darwinion, debido a su generoso legado, es una concreción suya, acaso póstuma, pero que define un arraigo afectivo en una localidad de nuestro partido.

Por ello, decimos con orgullo localista que el Dr. Cristóbal Hicken ¡es “nuestro”!

Y a continuación les comparto un texto poco conocido salido de su pluma en 1929.

¡Qué lo disfruten!



Conozco el Jardín Botánico desde su fundación, en 1898, visitándolo desde entonces con mucha frecuencia, primero como estudiante y como profesor más tarde. Lo he recorrido reiteradas veces, solo o acompañado con mis alumnos; lo he visto crecer en superficie y aumentar sus colecciones; lo he frecuentado en todos los meses del año, y también a diferentes horas de un mismo día, pues necesitaba observar el desarrollo de las plantas y seguir la eclosión de las flores según la intensidad de la luz solar.

 

Y en estas visitas he podido darme cuenta del aumento lento pero constante de interés florístico que demostraba el público por esta creación municipal.

 

En estas recorridas mías encontraba niños de las Escuelas Elementales y alumnos de Colegios Nacionales, Liceos o Escuelas Normales. He reconocido, con frecuencia, a estudiantes universitarios de las Facultades de Ciencias, de Medicina, Química y Agronomía, que veía desfilar, atentos, delante de los canteros de las Plantas medicinales, donde hallaban el origen de las drogas más importantes; o los observaba en las Textiles, Tintóreas o Industriales, buscando la materia prima de empresas técnicas y comerciales; y aún entre las Forrajeras, la base de nuestra Agricultura y Ganadería.

 

He podido constatar, también, la presencia de empleados de casas comerciales y de modestos jardineros que, afanosos, buscaban una planta para confrontar su nombre científico, para anotar el lugar de procedencia, para observar métodos de cultivo y poda, para ver las novedades florísticas obtenidas en el Jardín, por el constante intercambio que sostiene con los similares del mundo o, finalmente, para admirar, extasiados, las modificaciones florales que se logran por la intervención directa de la inteligencia y paciencia humanas en las fuerzas naturales que obran en el misterioso e incomprensible laboratorio de la planta.

 

Y he visto también cómo en los rincones más bellos, tan abundantes en nuestro Jardín, han ido los artistas del lápiz y del pincel a buscar temas para sus dibujos, o luces y matices para sus telas.

 

Todo esto lose, porque lo he visto yo. Pero también se, por visto y oído, que el Jardín ha entregado ramas, hojas, flores y semillas a escuelas, colegios y facultades en épocas de estudio y de examen; las ha remitido a laboratorios para analizar sus jugos o sus cenizas; las ha ofrecido a especialistas para la determinación exacta de sus nombres y apellidos y las ha cedido a técnicos para que, con los métodos más modernos, siguieran paso a paso la evolución de la planta toda, desde su germinación hasta la formación de la semilla o para que, con el poder del microscopio, estudiaran los procesos del gran misterio de la vida, encerrados en el laboratorio infinitamente pequeño de la célula.

 

Indicada así la importancia científica, cultural y práctica del Jardín Botánico, importancia que aumenta paralelamente al desarrollo de la ciencia, del arte y del comercio, se deduce la responsabilidad que asume la Comuna al propender que este establecimiento progrese continuamente y se desenvuelva con toda facilidad, dentro del concepto amplio y libre, que caracteriza a todo instituto de enseñanza e investigación.

 

Y digo esto porque un jardín botánico no es un parque más dentro de los jardines de recreo de una ciudad. El jardín botánico debe tener las características de un museo, pues es archivo o colección de plantas y debe tener también las de un laboratorio, en cuanto sirve para el estudio de la idiosincracia de cada vegetal, o permite determinar las relaciones de éste con el clima y suele, y observar las transformaciones que el hombre puede introducir al modificar, él también, la luz, el calor y la humedad.

 

Nuestro Jardín Botánico es bueno; más aún, es muy bueno. Puede mostrar con orgullo la riqueza de sus colecciones y es debidamente conocido en el extranjero, como lo indica el intenso canje que sostiene con los institutos más afamados de Europa y Norte América. Pero es chico. La ampliación se impone. Sin llegar a las dimensiones de los de Londres o Berlín, ni a la extensión de los de Washington y Nueva York, que pueden ser recorridos en automóvil, podríamos contentarnos con el tipo representado por el de Munich, en Baviera.

 

Recordemos que la extensión de nuestro país y la variedad de sus zonas de vegetación exigen para estar representados un área de terreno considerable, que el actual no puede ofrecer. Por eso he visto complacido el proyecto presentado no hace mucho ante el Concejo Deliberante, por el que se destaca una parte de los terrenos ganados al río y comprendidos entre la avenida Costanera y el bosque de Palermo, para un anexo del Jardín Botánico. En estas cuadras y –habría que ser generoso en el número destinado a nuestro jardín. Propondría establecer exclusivamente el cultivo de las plantas argentinas, dejando el actual para las exóticas o extranjeras.

 

En esa superficie se podrían hacer colinas de elevación discreta, para cultivas en sus faldas y quebradas los ejemplares que se pudieran, de las montañas de Córdoba, Misiones, Tucumán y aún cordilleranas.

 

En médanos artificiales se vería la flora propia de ellos; en algunos centenares de metros cuadrados impregnados de sal, se podrían criar los cachiyuyos, jumes y vidrieras de las pampas; mientras en lagunas y bañados vegetaría la flora propia de estos, en que los juncos y totoras, respaldados por los ceibos y sarandíes, evocarían nuestros riachos. Y en estas superficies de cristal se pasearían orgullosos los camalotes, las lentejas y repollitos de agua, mientras en sus orillas, semiocultos en el juncal, las garzas, flamencos y mirasoles pasarían sus horas mirando cómo la lechiguana fabrica su miel, en las ramas del vecino espinillo.

 

Y a qué seguir en esta exposición, si el director actual no necesita ser aconsejado para saber como debería ser un jardín botánico, si se le diera suficiente tierra como para evocar los paisajes argentinos y no ahogar las plantas por exceso de densidad en la plantación.

 

De este modo, con las plantaciones en paisaje y no en acumulación, se acrecentaría aún mucho más el interés botánico y la obra iniciada por Sarmiento, al crear la Academia de Ciencias y traer botánicos de la talla de Lorentz en 1871, iniciara los estudios científicos de las plantas argentinas, continuados por Hieronymus Kurtz, Spegazzini y Holmberg, hallarían fácil prosecución con los obreros reclutados en los numerosos establecimientos de enseñanza, donde se pierden tantas vocaciones científicas por falta de elementos objetivos que hagan interesante y ameno el estudio, que bien encauzado puede ser fuente de inspiración y de dulces emociones, sin citar los motivos ya indicados por los que se hace indispensable acrecentar nuestro Jardín.

 

Pero mientras llega el día del ensanche el director ha buscado sacar otra utilidad práctica del Jardín Botánico, perfeccionando la Escuela de Jardineros. En ésta, cerca de un centenar de jóvenes de 14 a 15 años, estudia durante tres años el arte del jardín, bajo la dirección inmediata de profesores competentes. De este modo, numerosos hijos de familias modestas egresan con un caudal de preparación que los habilita a ubicarse con sueldos satisfactorios dentro del vasto mecanismo de la Dirección de Paseos o a entrar como jardineros expertos en casas y establecimientos particulares.

 

La riqueza dela flora argentina se puede vislumbrar al recorrer las páginas de este Catálogo. Con el objeto de que estas listas tengan una utilidad mayor y también más vida que la que suelen tener las listas de nombres exóticos, raros y aún difíciles de pronunciar, creyó conveniente el director dar a los grupos y familias una distribución que no es la que acostumbra verse en esta clase de publicaciones.

 

En forma de cuadro sinóptico se expone el orden de los grandes grupos y divisiones del reino vegetal, siguiendo el sistema de Engler y Prantl, como ha sido presentado en la obra monumental “Die Natürlichen Pflanzenfamilien” y que, en sus lineamientos generales y en su nomenclatura se ha aceptado por la inmensa mayoría de los establecimientos similares del mundo, por los museos y grandes laboratorios. Y persiguiendo siempre la idea de vulgarización, se ha creído conveniente dar una breve idea o explicación de esos grandes grupos al distribuir las familias vegetales, evitando en lo posible los términos técnicos o explicándolos muy sintéticamente cuando no se los podía evitar.

 

De este modo, quien maneja este Catálogo, si no es especialista, y estos son los menos, podrá recordar ideas recogidas en su paso por las escuelas elementales, o refrescar sus estudios de los colegios nacionales, o hallar en estas páginas aliciente para profundizar las investigaciones realizadas en laboratorios universitarios.

 

Pero a todos los lectores se les pide benévola crítica y serena paciencia hasta que en folletos especiales, que pronto serán una realidad, aparezcan para el público las explicaciones más detalladas del Jardín, de sus inquilinos, de sus cultivos y enseñanzas, detalles todos que no pueden ser objeto de estos instrumentos escuetos ys ecos que se llaman Catálogos.



[1] Para este tema, ver De Masi, Oscar Andrés y Fugardo, Marcela: “El edificio del “Darwinion”: su historia, su estética y una autoría puesta en crisis”. Revista Poliedro #11. Universidad de San Isidro.




PARROQUIA DE LA CONGREGACIÓN EVANGÉLICA ALEMANA EN MARTÍNEZ



Texto extraído de la obra (inédita) EL TEMPLO PARROQUIAL DE LA CONGREGACIÓN EVANGÉLICA ALEMANA EN MARTÍNEZ: ARQUITECTURA Y MEMORIA AL SERVICIO DE UNA MISIÓN

Autor: Oscar Andrés De Masi


La creciente instalación de familias evangélicas de habla alemana en la zona norte del Gran Buenos Aires, en la década de 1930, motivó una reflexión congregacional acerca del mejor modo de atención pastoral de aquella comunidad, en el marco de un proceso más general de “descentralización” del núcleo porteño, en favor de los residentes en diversos puntos de los alrededores de la Capital.

La llegada desde Alemania, en 1933, de la colaboradora parroquial Gertrud Rosenstock, vinculada desde su patria a los hermanos Otto y Wilhem Stephan, permitió su instalación, primero en la ciudad de Buenos Aires (Esmeralda al comienzo y el barrio de Nuñez, después) y, ya a finales de los años de 1930, junto con la señora Margarethe Cruse, en la vivienda que la Congregación alquiló en la calle Pasteur n.º 421 en ese apacible barrio de la localidad de Martínez. Puede situarse allí, pues, el comienzo de la actividad congregacional en la zona, prontamente en aumento. El primer culto había sido celebrado en el templo metodista de Martínez por el pastor Rodolfo Obermüller, en 1935.

La insuficiencia del espacio disponible en aquella casa quedó de manifiesto casi enseguida y se superó con la adquisición, en subasta, del mencionado inmueble alquilado hasta entonces en la calle Pasteur n.º 421, del llamado barrio "Parque Alvear" (que en algunos planos de loteos de los años 30´s aparece mencionado, también, como "futuro Parque Unzué").

El costo inicial aprobado para la obra se había fijado en 1951 en $480.000.- y su acotado programa de necesidades contemplaba una capilla, un salón parroquial y una vivienda.

Sin embargo, durante el año 1952, la inestabilidad de precios de ciertos rubros como los salarios y los materiales de construcción, determinó que el proyectista elevara un “profundamente meditado informe” justificando un aumento de $100.000.- A esta cifra debió sumarse el costo de adquisición de varios muebles de madera para atender el culto, con lo cual el presupuesto llegó a los $600.000.-, más un fondo del 12% para atender gastos imprevistos. La colecta de fondos debía comenzar lo antes posible.

El proyecto fue encomendado al arquitecto Lohrmann, miembro de la Iglesia. Las tareas constructivas fueron confiadas a la empresa de Alfredo Kirsch, bajo la supervisión de, también, un miembro de la Comisión Directiva y del Consejo de Delegados de la Congregación, el ingeniero Jacobo Baumann.

La colocación de la piedra fundamental debió demorarse, desde el 27 de julio hasta el día 24 de agosto de 1951, con motivo del fallecimiento de Eva Perón y el duelo oficial subsiguiente, que fue largo. Las obras duraron casi dos años y concluyeron en setiembre de 1953. Según relató Helga Harteneck, el arquitecto Lohrmann, acompañó la entrega de la obra con una síntesis de su intención como proyectista y como miembro de la comunidad: "-Yo lo hice por idealismo y por la gloria de Dios-".


La ceremonia inaugural

El último culto alemán en un edificio ajeno se realizó en la iglesia metodista de Martínez el 13 de setiembre de 1953, en horas de la tarde.

La inauguración del nuevo templo parroquial se realizó un mes después de la entrega de la obra finalizada, el día 18 de octubre de 1953.

La Memoria de la Congregación registró la presencia de unas mil personas en la ceremonia inaugural, que asistieron a un protocolo de "pase" de las llaves del templo de mano en mano: del arquitecto Lohrmann al presidente de la Congregación (Sr. Hans Lahsuen); de éste al presidente del Sínodo, Prospt Marczynski, quien las entregó al pastor distrital Ostrowski. Unos jóvenes, a su vez, entregaron a los pastores los accesorios para el altar. Según la cronista Helga Harteneck, en este gesto debe leerse un símbolo del necesario “dar y recibir” entre los fieles y los ministros de la Congregación.

Se hicieron presentes, también, representantes de otras iglesias protestantes: de la Confederación de Iglesias del Río de la Plata, de la Facultad Evangélica de Teología y de la Congregación Metodista.

El primer bautismo se celebró pocos días después, el 23 de octubre, y el día 25 del mismo mes se realizaron las primeras confirmaciones. Pronto comenzó a funcionar la escuela dominical, mientras se reiteraban los cultos.

Si bien las dimensiones de la capilla eran reducidas, una característica de diseño  permitía su acomodamiento al mayor número de personas, ya que los cultos fueron enseguida en aumento: el eje del templo y el eje del salón parroquial se prolongaban hacia el exterior formando un ángulo recto. De este modo, y abriendo su ancho portón, el salón parroquial se integraba espacialmente a las ceremonias más concurridas. La acústica del templo, por su parte, era muy ponderada.

Tiempo después se adquirió a la familia Grotewold la casa de la calle Santa Rosa nº 442. Vale decir que se contaba entonces con la iglesia, el salón parroquial (y un departamento en su primer piso) y dos casas pastorales. La vinculación de los edificios mediante un jardín con su plátano, creó un ámbito de singular encanto y sosiego que aún hoy puede apreciarse.

En junio de 1966 fue inaugurado el órgano Walcker de 500 tubos, que había costado DM 37.000.-, obtenidos por colecta.






 

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