Su prólogo al libro de Carlos Thays (h) El Jardín Botánico de la ciudad de Buenos
Aires, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Escuela Superior de Guerra,
1929.
NOTA PREVIA por Marcela Fugardo
¿Deberíamos los sanisidrenses reivindicarlo a Cristóbal Hicken como una figura identitaria local? La pregunta es interesante, porque, hasta donde sabemos, Hicken no llegó a vivir en el partido de San Isidro.
Sin embargo, tuvo la intención de residir en Acassuso, al adquirir los terrenos para mudar el Instituto de Botánica Darwinion, reservándose una parcela para levantar allí su vivienda. La súbita muerte en Mar del Plata lo privó, tanto de ver finalizadas las obras del edificio[1], como de establecer su morada allí.
Sin embargo, el Darwinion, debido a su generoso legado, es una concreción suya, acaso póstuma, pero que define un arraigo afectivo en una localidad de nuestro partido.
Por ello, decimos con orgullo localista que el Dr. Cristóbal Hicken ¡es “nuestro”!
Y a continuación les comparto un texto poco conocido salido de su pluma en 1929.
¡Qué lo
disfruten!
Conozco el Jardín Botánico desde su fundación, en 1898,
visitándolo desde entonces con mucha frecuencia, primero como estudiante y como
profesor más tarde. Lo he recorrido reiteradas veces, solo o acompañado con mis
alumnos; lo he visto crecer en superficie y aumentar sus colecciones; lo he
frecuentado en todos los meses del año, y también a diferentes horas de un
mismo día, pues necesitaba observar el desarrollo de las plantas y seguir la
eclosión de las flores según la intensidad de la luz solar.
Y en estas visitas he podido darme cuenta del aumento
lento pero constante de interés florístico que demostraba el público por esta
creación municipal.
En estas recorridas mías encontraba niños de las Escuelas
Elementales y alumnos de Colegios Nacionales, Liceos o Escuelas Normales. He
reconocido, con frecuencia, a estudiantes universitarios de las Facultades de
Ciencias, de Medicina, Química y Agronomía, que veía desfilar, atentos, delante
de los canteros de las Plantas medicinales, donde hallaban el origen de las
drogas más importantes; o los observaba en las Textiles, Tintóreas o
Industriales, buscando la materia prima de empresas técnicas y comerciales; y
aún entre las Forrajeras, la base de nuestra Agricultura y Ganadería.
He podido constatar, también, la presencia de empleados
de casas comerciales y de modestos jardineros que, afanosos, buscaban una
planta para confrontar su nombre científico, para anotar el lugar de
procedencia, para observar métodos de cultivo y poda, para ver las novedades
florísticas obtenidas en el Jardín, por el constante intercambio que sostiene
con los similares del mundo o, finalmente, para admirar, extasiados, las
modificaciones florales que se logran por la intervención directa de la
inteligencia y paciencia humanas en las fuerzas naturales que obran en el
misterioso e incomprensible laboratorio de la planta.
Y he visto también cómo en los rincones más bellos, tan
abundantes en nuestro Jardín, han ido los artistas del lápiz y del pincel a
buscar temas para sus dibujos, o luces y matices para sus telas.
Todo esto lose, porque lo he visto yo. Pero también se,
por visto y oído, que el Jardín ha entregado ramas, hojas, flores y semillas a
escuelas, colegios y facultades en épocas de estudio y de examen; las ha
remitido a laboratorios para analizar sus jugos o sus cenizas; las ha ofrecido
a especialistas para la determinación exacta de sus nombres y apellidos y las
ha cedido a técnicos para que, con los métodos más modernos, siguieran paso a
paso la evolución de la planta toda, desde su germinación hasta la formación de
la semilla o para que, con el poder del microscopio, estudiaran los procesos
del gran misterio de la vida, encerrados en el laboratorio infinitamente
pequeño de la célula.
Indicada así la importancia científica, cultural y
práctica del Jardín Botánico, importancia que aumenta paralelamente al
desarrollo de la ciencia, del arte y del comercio, se deduce la responsabilidad
que asume la Comuna al propender que este establecimiento progrese
continuamente y se desenvuelva con toda facilidad, dentro del concepto amplio y
libre, que caracteriza a todo instituto de enseñanza e investigación.
Y digo esto
porque un jardín botánico no es un parque más dentro de los jardines de recreo
de una ciudad. El jardín botánico debe tener las características de un museo,
pues es archivo o colección de plantas y debe tener también las de un
laboratorio, en cuanto sirve para el estudio de la idiosincracia de cada
vegetal, o permite determinar las relaciones de éste con el clima y suele, y
observar las transformaciones que el hombre puede introducir al modificar, él
también, la luz, el calor y la humedad.
Nuestro Jardín Botánico es bueno; más aún, es muy bueno.
Puede mostrar con orgullo la riqueza de sus colecciones y es debidamente
conocido en el extranjero, como lo indica el intenso canje que sostiene con los
institutos más afamados de Europa y Norte América. Pero es chico. La ampliación
se impone. Sin llegar a las dimensiones de los de Londres o Berlín, ni a la
extensión de los de Washington y Nueva York, que pueden ser recorridos en
automóvil, podríamos contentarnos con el tipo representado por el de Munich, en
Baviera.
Recordemos que la extensión de nuestro país y la variedad
de sus zonas de vegetación exigen para estar representados un área de terreno
considerable, que el actual no puede ofrecer. Por eso he visto complacido el
proyecto presentado no hace mucho ante el Concejo Deliberante, por el que se
destaca una parte de los terrenos ganados al río y comprendidos entre la
avenida Costanera y el bosque de Palermo, para un anexo del Jardín Botánico. En
estas cuadras y –habría que ser generoso en el número destinado a nuestro
jardín. Propondría establecer exclusivamente el cultivo de las plantas
argentinas, dejando el actual para las exóticas o extranjeras.
En esa superficie se podrían hacer colinas de elevación
discreta, para cultivas en sus faldas y quebradas los ejemplares que se
pudieran, de las montañas de Córdoba, Misiones, Tucumán y aún cordilleranas.
En médanos artificiales se vería la flora propia de
ellos; en algunos centenares de metros cuadrados impregnados de sal, se podrían
criar los cachiyuyos, jumes y vidrieras de las pampas; mientras en lagunas y
bañados vegetaría la flora propia de estos, en que los juncos y totoras,
respaldados por los ceibos y sarandíes, evocarían nuestros riachos. Y en estas
superficies de cristal se pasearían orgullosos los camalotes, las lentejas y
repollitos de agua, mientras en sus orillas, semiocultos en el juncal, las
garzas, flamencos y mirasoles pasarían sus horas mirando cómo la lechiguana
fabrica su miel, en las ramas del vecino espinillo.
Y a qué seguir en esta exposición, si el director actual
no necesita ser aconsejado para saber como debería ser un jardín botánico, si
se le diera suficiente tierra como para evocar los paisajes argentinos y no
ahogar las plantas por exceso de densidad en la plantación.
De este modo, con las plantaciones en paisaje y no en
acumulación, se acrecentaría aún mucho más el interés botánico y la obra
iniciada por Sarmiento, al crear la Academia de Ciencias y traer botánicos de
la talla de Lorentz en 1871, iniciara los estudios científicos de las plantas
argentinas, continuados por Hieronymus Kurtz, Spegazzini y Holmberg, hallarían
fácil prosecución con los obreros reclutados en los numerosos establecimientos
de enseñanza, donde se pierden tantas vocaciones científicas por falta de
elementos objetivos que hagan interesante y ameno el estudio, que bien
encauzado puede ser fuente de inspiración y de dulces emociones, sin citar los
motivos ya indicados por los que se hace indispensable acrecentar nuestro
Jardín.
Pero mientras llega el día del ensanche el director ha
buscado sacar otra utilidad práctica del Jardín Botánico, perfeccionando la
Escuela de Jardineros. En ésta, cerca de un centenar de jóvenes de 14 a 15
años, estudia durante tres años el arte del jardín, bajo la dirección inmediata
de profesores competentes. De este modo, numerosos hijos de familias modestas
egresan con un caudal de preparación que los habilita a ubicarse con sueldos
satisfactorios dentro del vasto mecanismo de la Dirección de Paseos o a entrar
como jardineros expertos en casas y establecimientos particulares.
La riqueza dela flora argentina se puede vislumbrar al
recorrer las páginas de este Catálogo. Con el objeto de que estas listas tengan
una utilidad mayor y también más vida que la que suelen tener las listas de nombres
exóticos, raros y aún difíciles de pronunciar, creyó conveniente el director
dar a los grupos y familias una distribución que no es la que acostumbra verse
en esta clase de publicaciones.
En forma de cuadro sinóptico se expone el orden de los
grandes grupos y divisiones del reino vegetal, siguiendo el sistema de Engler y
Prantl, como ha sido presentado en la obra monumental “Die Natürlichen
Pflanzenfamilien” y que, en sus lineamientos generales y en su nomenclatura se
ha aceptado por la inmensa mayoría de los establecimientos similares del mundo,
por los museos y grandes laboratorios. Y persiguiendo siempre la idea de
vulgarización, se ha creído conveniente dar una breve idea o explicación de
esos grandes grupos al distribuir las familias vegetales, evitando en lo
posible los términos técnicos o explicándolos muy sintéticamente cuando no se
los podía evitar.
De este modo, quien maneja este Catálogo, si no es
especialista, y estos son los menos, podrá recordar ideas recogidas en su paso
por las escuelas elementales, o refrescar sus estudios de los colegios
nacionales, o hallar en estas páginas aliciente para profundizar las
investigaciones realizadas en laboratorios universitarios.
Pero a todos los lectores se les pide benévola crítica y
serena paciencia hasta que en folletos especiales, que pronto serán una
realidad, aparezcan para el público las explicaciones más detalladas del
Jardín, de sus inquilinos, de sus cultivos y enseñanzas, detalles todos que no
pueden ser objeto de estos instrumentos escuetos ys ecos que se llaman
Catálogos.
[1] Para este tema, ver De Masi, Oscar Andrés y Fugardo, Marcela: “El
edificio del “Darwinion”: su historia, su estética y una autoría puesta en crisis”.
Revista Poliedro
#11. Universidad de San Isidro.
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