Por Oscar A. De Masi y Marcela Fugardo
Este hermoso grabado fue impreso en Madrid en 1889, por encargo del Pbro. Domingo de Echabe, quien dejó constancia de ese origen. El grabado pertenece a Muntaner.
La efigie de San Isidro Labrador fue colocada dentro de un óvalo con bordura doble, coronado con dos rosas, dos palmas y dos hojas de roble, unidas por una cinta y formando un bouquet.
Por debajo del campo iconográfico se dibujó una filacteria con el nombre Sn. Ysidro Labrador a modo de motto y, por debajo, una flor.
La mirada del Santo se muestra arrobada, con los ojos elevados al Cielo, mientras un fulgor ilumina su cabeza, en reemplazo del nimbo de santidad.
Es consistente con lo dicho por Fray Juan Interian de Ayala en El pintor cristiano y erudito: que aunque trabajaba con afán la tierra, pensaba más en las estrellas y en el cielo…
Luce barba, bigote y larga cabellera que cae sobre los hombros.
Porta los atributos convencionales, que son las rústicas herramientas del labrador: en su mano derecha sostiene una aguijada (elemento asociado a uno de sus más célebres milagros) y en la izquierda un azadón.
Viste el traje de los antiguos labriegos castellanos (muy similar al que se siguió usando luego), es decir la chaqueta a la cual debería acompañar el calzón corto, que en este caso no se ve sino en la parte del cinturón y su hebilla.
Es de admirar la
fineza de las líneas y trazos que aplicó el artista a la figura principal, pero
también a sus accesorias.
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